lunes, 26 de septiembre de 2011

ENTRE AGRIO Y DULCE CAMPESINOS SUCRENSES

Realizar un recorrido por algunas zonas campesinas sucrenses, especialmente por las cimas de las montañas, resulta sumamente placentero por el clima frio, la neblina en las tardes, la vegetación llena de vida y la reciedumbre de los vientos que mecen todo tipo de árboles. Desde las alturas, uno divisa los caseríos que se extienden hasta las faldas de las montañas o, mucho más allá se puede observar a la ciudad de Carúpano, la Laguna de Campoma y hasta la isla de Margarita.

Uno se levanta en las mañanas a desayunar con arepas, cachapas, huevos, queso y pescado; en medio de los cánticos de los pájaros y mirándolos visitar los jardines coloridos de hermosísimas flores, de donde se llevan el néctar de la vida y el polen que hacen posible esa relación eterna y armoniosa entre el hombre y el medio ambiente.

Con la intervención ancestral de los campesinos de Areo, La Loma de Sanguijuela, San Antonio y Campeare; entre otros, sobre estas tierras pródigas se generan las cosechas de café, cacao, plátanos, naranja, lechosa, maíz, caraotas, yuca y auyama (sólo para mencionar algunos rubros); que en combinación con la producción en pequeña escala avícola y bovina, confluyen para darle vida propia y productiva a estos caseríos y pueblos del estado Sucre.

No obstante, de “lo dulce” de la vida campesina, como me decía Doña Carmen, una líder matriarcal de la zona; se encuentra “lo agrio”; no por ellos; sino por quienes están en el deber de ley y derechos sociales; proveerlos de la electricidad permanente, agua potable, créditos y otros servicios que las condiciones y calidad de vida lo exigen o; el apoyo necesario para que puedan hacer frente a los ostentosos gastos en medicinas y productos de toda índole.

O facilidades para construir sus viviendas, porque todavía como en tiempos inmemoriales, viven en ranchos de paredes de bahareque o en casas modestas que, con el uso y el tiempo lucen a la vista deteriorados o con graves fallas estructurales, entre otras cosas, por la acción de los sismos, que han hecho mella en estas unidades habitacionales.

Me encuentro entre los que creen, que el proceso de cambio y transformación requerido por el país, debe pasar por reencontrarse con valores perdidos, con lo “dulce” que los campesinos sucrenses conservan en esa simbiosis entrañable y única con la naturaleza, el trabajo productivo, disciplina, respeto mutuo, convivencia armoniosa, lazos de solidaridad, la palabra empeñada y cosmovisión. Lo otro es la Venezuela “agria”, bizarra, el abismo y el propio infierno.