sábado, 10 de diciembre de 2011

VIOLENCIA SOCIAL Y LA OFICIAL

Venezuela vive momentos aciagos y ya no son cuentos o excesos de politización de las cosas, es la pura y simple realidad, por ejemplo, con el fenómeno social de la violencia en sus distintas vertientes, que se expresa en los indicadores de las estadísticas convencionales y los análisis de los entendidos en la materia, incluyendo la aceptación por parte de la vocería oficial, como un grave problema, aún cuando lo disfrace con el maquillaje de la “ideologización” o de buscar responsabilidades externas.

Los sucesos de violencia más recientes que han conmocionado a la opinión pública nacional así lo determinan y son la punta del Iceberg de que algo está bien podrido en Dinamarca, nos referimos al asesinato con alevosía y sadismo del niño de Guanare, la muerte por una golpiza, propinada por sus propios compañeros, de un liceísta en Cabimas o las cifras del más reciente informe de Provea, que arroja los resultados de la participación de funcionarios policiales en hechos violentos en contra de ciudadanos en esta Venezuela de hoy.

Amén de las denuncias reiteradas de la reaparición del fenómeno del “terrorismo de estado”, especialmente dirigido en contra de miembros de las universidades autónomas y democráticas, que mantienen posturas críticas ante el paradigma de estado y sociedad que se pretende imponer, a sangre y fuego, en esta patria de historia digna y valiente ante los desmanes internos y externos, de actores protagónicos disímiles; pero cuyas banderas de lucha por la libertad, democracia, justicia e igualdad; forman parte del ser nacional, a despecho de los autócratas.

La génesis de la violencia en Venezuela, como suele explicarla los sabihondos de las ciencias sociales, se encuentra arraigada en los males de la pobreza estructural, que se mantiene incólume, pese a la retórica oficial de su supuesta disminución; pero allí están ante los ojos de todos, la multiplicación de comunidades en la periferia de cualquier centro poblado, viviendo sus moradores en condiciones miserables en los ranchos del hacinamiento, sin servicios públicos básicos, sin agua, electricidad idónea, drenajes de aguas servidas, aseo urbano, vialidad y transporte.

Familias enteras, cuyos miembros en su mayoría, son menores de edad y cuyos jefes de hogares están desempleados o subempleados, cuyo camino al ocio y a la delincuencia organizada, encuentra el terreno fácil para que el torbellino de las drogas, muertes por encargos, robos y delitos de toda índole; arraigue y multiplique en cifras siderales el fenómeno de la violencia social, que se entrecruza con la violencia oficial, para hacer de esta Venezuela del presente, entre los diez países más violentos del mundo.

Y para colmo, nombre de una supuesta “revolución”, la retórica del mandamás de Miraflores, incita a la confrontación entre los mismos nacionales, para inculcarles en su modo de ser, que las conductas agresivas son la panacea a dirimir sus problemas y no el diálogo, la convivencia, la paz y la tolerancia. ¡Tiempos aciagos para la patria, sin duda! ¡Promover el cambio profundo a este paradigma es el reto de todos!

sábado, 3 de diciembre de 2011

“CACEROLAZO” CUMBRE DE PROTESTA SOCIAL

Nadie en su sano juicio pondría en duda la convocatoria a la unión entre los nacionales y países de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Ese es el viejo sueño del Libertador Simón Bolívar y es el propósito de la Cumbre constitutiva de La Celac que se reúne en Caracas. Pero como la afirmó el mismo Chávez en aquella famosa Cumbre realizada en EEUU, con su verbo encendido, “para qué andar celebrando Cumbres, sí los pueblos andan de abismo en abismo”. La lengua como castigo del cuerpo, dice la conseja popular, es hoy el mismo Chávez que exalta, sin rubor alguno, la Cumbre que se realiza en suelo venezolano.

Y como es sabido, los pueblos siguen viviendo su propio infierno social, donde la pobreza al símil de una daga en el corazón de los mortales de los países nombrados, deja escuchar sus gritos, como en el caso de la capital de Venezuela, la Caracas irreverente, a través de las “cacerolas” que sonaron por todos los costados de su extensa y especial geografía urbana: El Valle, Coche, San Bernardino, Caricuao, Petare, La Urbina, El Llanito, Filas de Mariches hasta las zonas residenciales de los privilegiados de la sociedad caraqueña, cuyas acciones y amenazas de expropiaciones los han transformado en particulares adversarios al actual régimen autocrático imperante en nuestro país, con las excepciones por supuesto, de los nuevos ricos de la boliburguesía venezolana, protegidos por el Presidente Chávez.

La retórica mediática y publicidad sin límites en los contenidos de los mensajes incesantes del oficialismo, para tratar de engañar y manipular a los nacionales, de que estamos viviendo en un supuesto “mar de la felicidad” “socialista y revolucionaria”; se cae por su propio peso, ante la realidad y verdad incuestionable, de estar en el sitial en el ranking, entre los 10 países más violentos, corruptos y de mayores índices inflacionarios en todo el planeta.

Amén del descontento social, que crece como la hierba ante la inseguridad, los salarios que no alcanzan para sufragar los costos de la cesta básica, la escasez de productos esenciales, el desempleo, falta de viviendas, apagones permanentes de la red eléctrica, pésimos servicios públicos, destrozos de la vialidad, deterioro en la calidad de la educación y salud. Y sobre todo, el no reconocimiento de los derechos contractuales, laborales y de seguridad social de la masa de trabajadores.

El “cacerolazo” es porque los venezolanos no entendemos, cómo sí siendo un país que goza de los privilegios de la naturaleza en petróleo, oro, hierro, bauxita, gas y un largo etcétera y, que por ello el fisco nacional recibe inmensas fortunas en dólares, lo suficiente para vivir bien, esa riqueza sea derrochada en regaladeras a diestra y siniestra a otros países, en compras de armamentos, clientelismo y paternalismo de estado desenfrenado y la corrupción, que galopa como caballo salvaje en las sabanas de esta tierra prodigiosa. Por eso sonaron las “cacerolas” y seguirán sonando, Señores Presidentes que nos visitan y participan de la Cumbre de La Celac. ¡Bienvenidos!