sábado, 4 de diciembre de 2010

LA TRAGEDIA Y REFUGIOS DE LA POBREZA

En Venezuela estamos viviendo la crónica de una tragedia anunciada, porque lo ocurrido, casi diariamente algún técnico, analista, político serio o personas aplicadas en el manejo del sentido común; exponían por los medios de comunicación social, foros públicos o en las tertulias de ocasión el riesgo que corrían los habitantes y viviendas que se encuentran en los cerros que bordean las grandes ciudades y pueblos de Venezuela; si llegase a ocurrir un evento importante proveniente de la madre naturaleza (terremotos, lluvias intensas, deslaves u otros similares). Además, ¿todos los años no han ocurrido eventos naturales de menor intensidad por supuesto, pero que han causado daños materiales y muertes en alguna ciudad o pueblo del país? También en la memoria colectiva todavía está latente la gran tragedia de Vargas, donde miles y miles de nacionales perdieron la vida o todos los bienes materiales, incluyendo las viviendas.

Quizás, como Aureliano, el personaje de Gabriel García Márquez, en “Cien Años de Soledad”, el Huésped de Miraflores perdió el sentido de la realidad y no se percató de lo que estaba previsto con la “ciudad de los espejos (que)…sería arrasada por el viento…”. Tamaña paradoja para quién sólo se ha ocupado como centro primordial de su gestión gubernamental o imaginario personal de convertirse en un “Gran Líder Continental”, para lo cual no ha escatimado esfuerzos en el uso arbitrario de los recursos patrimoniales de la nación. La tragedia reveló, que Venezuela al símil del contenido del libro aludido, está convirtiéndose al paso que va, en un gran Macondo de “remolinos de polvo y escombros” con la muerte inútil de venezolanos, especialmente de niños; casas destruidas, con una vialidad e infraestructura física por el suelo, que tardará años en recuperarlas.

Como nunca en la historia de la Venezuela contemporánea, el país se ha minado de refugios, donde los pobres son albergados para atenuarles la desgracia de haberlo perdido todo, hasta el hecho lamentable de algún miembro de la familia. Al parecer las palabras de Ernesto Sábato, en el prólogo del libro de Víctor Hugo, “Los Miserables”, al cual hace tanta mención el Esteban de Palacio, le debe fustigar en el rostro, cuando habla de la “revolución de la verdad”.

Habrá entonces que reflexionar colectivamente, en relación al presente de tragedia y al porvenir deseado, si tomamos prestadas las reflexiones de Sábato: “las calles de la ciudad inundadas de luz, ramas verdes en los umbrales… los hombres justos, los ancianos bendiciendo a los niños… los pensadores en completa libertad, los creyentes iguales entre sí… la conciencia humana convertida en altar; extinguiendo el odio; la fraternidad del taller y de la escuela…el trabajo, el derecho, la paz para todos; no más sangre vertida, no más guerras; ¡las madres dichosas!

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