viernes, 21 de octubre de 2011

A DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO

Para cualquier persona o líder que se haya abrazado a la doctrina militar, ha tenido que estudiar el “Arte de la Guerra” de Sun Tzu, quien fue un general chino que nació en el año 535 a.C ; considerado y reconocido como un genio militar en materia de estrategias y liderazgo de todos los tiempos.

Y, sin duda, el caudillo de Miraflores, a propósito de su retorno al país, después de someterse a otra sesión de quimioterapia para tratarse un cáncer, en su amada Cuba; ha dicho allá en la Grita, en el estado Táchira, que se siente un “hombre nuevo”, renovado y curado de esta patología maligna. Y, no sé por qué, pero me dije: releyó a Sun Tzu bajo la directriz de Fidel: por primera vez no atacó agresivamente a sus adversarios políticos. No anunció sus próximas batallas. Porque Sun Tzu le debió gritar en sus oídos de militar: “Precaución de la guerra”.

Entonces, al llegar al país, la directriz estratégica es la de no aparecer agresivo e implacable con sus enemigos políticos, sino rezando pues, pagando un promesa religiosa ante la supuesta acción milagrosa de la mano de Dios, de la Virgen, que lo habrían curado del cáncer de la muerte. Para él, entonces, representa la reencarnación del “hombre nuevo”; ya no el viejo gendarme “militaroide” del garrote vil. Se trata, con esa estrategia de “líder religioso”, de estar por encima del bien y del mal; el nuevo mesías que le urge seguir despertando afectos y sentimientos entre las masas, especialmente en el seno de los excluidos sociales; en su base de apoyo electoral.

El uso del garrote o el mazo, aún cuando él dirija a quiénes golpear políticamente, ya lo vienen haciendo otros, los miembros seleccionados de su élite incondicional; éstos sí aparecerán como los malos de la película, dejando su “estela” de barbarie, su “arias” troglodita del Zulia, su pretendido “inmaduro” sucesor, el “Adán de la manzana” de la discordia o el “ojo de gato” prestado en Monagas.

Pero no sólo releyó a Sun Tzu; sino también “El príncipe” de Nicolás Maquiavelo, para asegurarse la posesión del poder, por sobre todas las cosas para ser: “astuto como la zorra, fuerte como el león”. El fin justifica los medios. El engaño, entonces, adquiere la categoría de medio lícito. La Razón suprema es la razón de Estado, por encima del interés de los ciudadanos, pero a su vez, para el caso que nos ocupa “yo soy el Estado”.

Así mismo, con consustanciado con esa personalidad bipolar, testimoniada por el Médico Navarrete; cobra vigencia inusitada ese recorrido entre la fantasía y la realidad, entre lo religioso y lo anti-religioso, entre los sutil y lo agresivo, entre el demócrata y el autócrata, entre el nacionalista y el entreguista; el que ruega a Dios, pero usa el mazo sin tapujos; y pare usted de contar.

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