viernes, 3 de octubre de 2014

¿PAZ SIN JUSTICIA Y LIBERTAD?

Hay gente empeñada en no querer mirar la realidad de la tragedia humana que agobia de manera endemoniada al pueblo de Venezuela. Y parafraseando a Dámaso Alonso, a uno le provoca gritar como él: ¡señores paren, paren hay que bajar ahora mismo! Porque hay sangre por todos lados, y yo necesito saber quién vierte la sangre, y porqué se vierte y en nombre de qué se vierte. Y sólo basta mirar el entorno que nos rodea para darnos cuenta de cómo Venezuela ha retrocedido a años luz de los países del primer mundo, en una competencia cabeza a cabeza para formar parte ahora, junto a países africanos o Haití -al inframundo- al mundo de “Los Miserables” de Víctor Hugo.

Ya no es posible con truculencias estadísticas “oficialistas” o, aplicando con rigor el arte del engaño mediático del fascista Joseph Goebbels, ocultar la realidad del crecimiento abismal de las desigualdades y la exclusión social; es decir del fenómeno de la “pobreza absoluta” y de sus innumerables calamidades antihumanas: violencia e inseguridad, hambre, escasez de productos básicos, desempleo, salarios míseros, muertes por falta de atención en salud, apagones, falta servicio de agua, cloacas colapsadas, basura por doquier…y pare usted de contar.

La injusticia está ahí presente, cuando menos del 5% de la población goza de todos los privilegios habidos y por haber de la riqueza petrolera venezolana y, por los nexos delictuales que ésta mantiene con el Estado totalitario, para acumular capitales y beneficios en su afán de egoísmo sideral anticristiano. Y en contraparte, las mayorías nacionales sobreviviendo de las lisonjas que proporcionan las castas del poder cívico-militar que, no tienen miramiento alguno, a la hora de utilizar el “garrote vil” de la represión, cárcel y hasta asesinatos para conservar el reinado de las prebendas acumuladas, cuando los indignados osen criticar o protestar. El “apartheid” sociopolítico que instauró el Chávez fallecido, hoy se mantiene con Maduro y los Castro de la Habana, para vomitar con creces el odio de clases y el crimen organizado, cuyas víctimas no son sólo los 45 jóvenes caídos en las protestas de calles, sino también un Anderson, Otayza o un Robert Serra, provenientes de sus propias filas.

La ceguera ideopolítica y el afán de riqueza sin límites de estas élites no les permite mirar la tragedia socio-económica y ética en que se encuentra Venezuela. Tampoco miran el fracaso evidente del modelo totalitario cubano impuesto por ellos en el país. Esos miles de asesinados en estos 15 años de desgobierno serían olvidados, sí los que sobrevivimos nos hacemos los locos o nos negamos a ver la realidad. No puede jamás haber paz sin justicia y, sin que la luz de la libertad nos abra las compuertas de un nuevo amanecer en democracia y futuro de progreso. Y parafraseando a Antonio Machado: Hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas como son y aún más abiertos para verlas mejores de lo que serán.



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