lunes, 16 de abril de 2012

NO SIEMPRE EL AMOR SUSTITUYE AL ODIO

Al parecer una pandemia de sentimentalismo sacude al colectivo nacional, que sin proponérselo se ve envuelto en esa paradoja natural, intrínseca de los seres humanos, entre el amor y el odio. E incluso, al detenernos a leer a los clásicos articulistas de la prensa nacional, el contenido de muchos de sus escritos, se anotan con pasión en analizar ese dilema existencial, porque se trata de la suerte echada, con ese caso atípico, pero asociado a este escrito, a otra paradoja existencial entre la vida y la muerte, en qué se encuentra, lamentablemente, el hoy Presidente de la República de Venezuela.

En ese contexto, hasta en la Biblia, en el capítulo referido a los Corintíos, se ilustra con vehemencia sobre el amor, como el sentimiento más sublime que debe prevalecer en las interioridades de los hijos de Dios. Pero al mismo tiempo se extrae de esos textos los perfiles entretejidos que deben caracterizar ese sentimiento de afable, no jactancioso, ni engreído, ni grosero. Ni por supuesto, relacionado con el mal, ni regocijado con las injusticias, sino con la verdad. El amor, se concluye, nunca debería fallar.

Cómo, entonces, se explica de qué, en la retórica del Presidente, aún cuándo públicamente se abrazaba a la comunión de Dios, en aquella Iglesia de Barinas; al llegar a Caracas, la ciudad de los asientos de su poder absolutista; los “sapos y culebras” que salían de su boca, en contra de los adversarios políticos; retumbaban en los cintillos de los grandes titulares de la prensa diaria. El odio, sin duda, comenzaba a “pulverizar” aquél amor que se respiraba en la casa de Dios de aquella tierra llanera.

Por eso, quizás, el llamamiento del intelectual Carlos Blanco (“El Universal”, Domingo 15 de abril, 2012) al Presidente Chávez de que le concediera el perdón a las decenas de presos y exiliados políticos; no haría mella alguna en su imperturbable corazón de formación militar pretoriana o; porque dándole la razón al Sociólogo, Tulio Hernández (“El Nacional”, de la misma fecha); al conceptualizar a los autoritarismos –dice- que no creen en la alternancia y consideran a los adversarios como enemigos políticos y cuando “viven fracturas las agigantan para usarlas como pretexto para eliminar al oponente. Por eso no conocen el perdón. Todo lo contrario…se empeñan en ensanchar las heridas y hacerlas, en lo posible putrefactas”.

De esta manera, el amor al prójimo que dice el Presidente Chávez profesar, se pierde más bien en las tinieblas del odio hacia quiénes osen disentir de su pésima gestión de gobierno y de un modelo político de corte autocrático, que ha llevado al caos y a la ruina al país. En consecuencia, su presagiada muerte por la grave enfermedad que lo embarga, no encuentra sintonía entre la prédica del amor y su praxis social de odio.

Por lo tanto, él estaría rompiendo con los códigos bíblicos de morir en correspondencia con la palabra predicada. O intentando ir más allá de lo dicho, en el contenido de los poemas de amor de Neruda, lo arropa la soledad en momentos difíciles: “Soledad, dame el signo de tu incesante origen/ el apenas camino de los pájaros crueles/ y la palpitación que sin duda precede/ a la miel, a la música, al mar, al nacimiento/Soledad sostenida por un constante rostro/como una grave flor sin cesar extendida/hasta abarcar la pura muchedumbre del cielo/”

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