miércoles, 11 de mayo de 2011

SIN DERECHO A LA VIDA, ¿CÓMO SE VIVE?

El derecho a la vida es lo primario y vital para todo ser humano, por ello las constituciones de los diferentes países del mundo lo consagra. También se contempla el respeto inviolable a ese derecho en las leyes, convenios y acuerdos de carácter internacional. Por lo tanto es un derecho fundamental, irrenunciable e inherente a todas las personas. Éste es la razón básica de los demás derechos.

Pero no tendría sentido –analizando los contenidos- de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos; sólo la protección a la vida e impedir la muerte de una persona; sino también el mal trato, que haga su vida indigna, matándolo poco a poco, o haciendo de su vida un martirio. Y se da como ejemplo las prácticas del Terrorismo de Estado para secuestrar a los adversarios políticos, torturarlos o maltratarlos de diferentes maneras.

Por eso el derecho a la vida se puede resumir en lo contemplado en el Art. 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. O por lo que reza el mismo Preámbulo de la Constitución Bolivariana de Venezuela, donde el derecho a la vida se trata con una visión integral asociado al derecho al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la igualdad social sin discriminación alguna.

Pero, del dicho al hecho hay mucho trecho, el derecho a la vida en Venezuela es letra muerta. La violencia y asesinatos de personas es ya un lugar común, a tal punto que este país lidera las cifras rojas de homicidios en América Latina y es uno de los más altas del mundo. Así hasta en las esferas gubernamentales este fenómeno es aceptado, cuando el Ministro de Interior y Justicia, en el más reciente informe a la Asamblea Nacional, dijo que la tasa de homicidio para el 2010 estaba por el orden de una tasa de 48 por 100 mil personas. Y el “Observatorio Venezolano de Violencia”, arrojó cifras de 17. 600 asesinatos en este mismo período. La tasa de homicidios en Venezuela supera la tasa promedio mundial de 8 por 100 mil habitantes y, a la de tasa de los países emblemáticos en climas de violencia como México y Colombia.

En consecuencia el clima de inseguridad en Venezuela se pierde de vista en el infinito, por esa razón no existe encuesta alguna, cuyos resultados no dejen de visibilizar, en primer lugar, a esta problemática. El venezolano común siente que el derecho a la vida no está garantizado en el país. Con una causalidad múltiple es verdad, pero hay una atmósfera de anomia social, en una sociedad donde la impunidad y las injusticias son las reinas de la naturaleza social de los actos criminales.

El terrorismo de estado, opera también con sus múltiples mecanismos represivos, ropajes “lícitos” y discriminatorios para acallar las protestas sociales y políticas. Mientras la vergüenza de la pobreza crónica se mantiene casi intacta, maquillada con las cifras de una gestión gubernamental pésima, que no arroja resultados creíbles y de trascendencia hacia el logro de objetivos de calidad en el ámbito del desarrollo humano.

Este país vive en las penumbras, no sólo por los apagones nacionales a cada momento del sistema eléctrico; sino también porque el derecho a la vivienda, trabajo, cultura, educación, salud, justicia e igualdad; brillan por su ausencia para los venezolanos. Hay élites de la boliburguesía y burocracia Estatal que gozan de privilegios y amasan capitales a su favor, mientras en la otra acera, las grandes mayorías pobres sufren crueles penurias en la protección social a la vida y acumulan mucha desesperanza por alcanzar una vida mejor. ¡Cambiar el rumbo debe ser la consigna nacional!.

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