domingo, 27 de mayo de 2012

NI AMOR, NI PAZ, NI JUSTICIA

Todos los seres humanos anhelamos en lo más recóndito de nuestro ser de que nos acompañe siempre el sentimiento del amor, que haya paz en nuestro interior y en el entorno y que cada día sea la justicia la prevalezca sobre todas las cosas. No obstante, la realidad de la vida nos enseña que, muchas veces a nuestro alrededor, ocurre todo lo contrario que el odio, la violencia y las injusticias continúan dejando huellas negativas e imperecederas entre los seres humanos y pareciera que el Lucifer de los infiernos estuviese ganando demasiados batallas a los hombres de este planeta tierra y al mismísimo Dios supremo del universo.

Quizás haga falta, esos grandes movimientos sociales mundiales, como en la década de los 60, donde los jóvenes expresaron con rebeldía inaudita que no se calaban más un mundo del desamor, guerras e injusticias. La consigna de la “paz y el amor” y “no a la guerra e injusticias” hicieron añicos la cultura de la hipocresía social y se generaron esos terremotos y tsunamis de la contracultura que todo lo cuestionaba, pero para dejar después de la calma, la filosofía de los sembradíos del valor de la verdad, autenticidad y por un mejor vivir entre los seres humanos.

En la actualidad el movimiento rebelde de los “indignados” en Europa, Oriente Medio y con amenazas serias de expandirse en el mundo entero, no tiene la fuerza telúrica de ese movimiento contracultural de los años 60, pero sí está cuestionando los conceptos hipócritas de gobernar de las élites de poder y el manejo oscuro de la economía, las finanzas y en general por aquello de no sentirse identificados con los parámetros concretos de una supuesta generación de bienestar, superación y justicia para todos.

No es casual entonces, que la élite autocrática que gobierna a Venezuela desde hace 14 años, se escude en consignas ideo-políticas de un supuesto “amor a los pobres” para aferrarse al poder de los privilegios, en desmedro de las mayorías nacionales que sufren en carne propia el impacto negativo de la pobreza estructural y de las calamidades socio-económicas y psicológicas que ésta arrastra en el plano del derecho a la vida, justicia, paz, democracia, libertad, salud, trabajo, educación, cultura y recreación. Se trata, sin duda, de una estrategia fríamente calculada para tratar de “ablandar” el espíritu de rebeldía y exigencias de cambio que brota como manantiales en el país nacional.

Nos toca seguir, sin pararnos nunca jamás, afincándonos en los contenidos inmortales de los “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada” de Pablo Neruda: “yo quiero/que todos vivan/en mi vida/ y canten en mi canto (…) y así andaremos juntos/codo a codo,/todos los hombres,/mi canto los reúne:/ el canto del hombre invisible/que canta con todos los hombres.”

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