domingo, 24 de abril de 2011

EL ÚLTIMO PATRIARCA DE LOS CAMPESINOS SUCRENSES

Quedó para la historia esa Venezuela de las grandes producciones de café y cacao, que nos convirtió a los venezolanos en una época, en importantes exportadores de estos productos hacia otros países del mundo. En las manos de los campesinos que trabajaban con tesón la madre tierra se tejió con amor la cultura del trabajo, la disciplina, el respeto por los valores, la palabra empeñada, la solidaridad y la ética ciudadana.

En el contexto de esa generación se formó Ricardo Montes, ese viejo roble fundador de caseríos en la entrañas de las cimas de las montañas sucrenses, como La Loma de Sanguijuela, allí donde el frío intenso y el fragor de los vientos sacuden con pasión a los árboles de distintos tamaños; unos sembrados por los mismos hombres para darle vida a la vida u otros de origen silvestre, donde la sabiduría de la naturaleza convidaba a los campesinos al abrazo eterno, en esa simbiosis envidiable constructora de civilizaciones.

Alrededor de este Patriarca campesino, acudían con la frecuencia a los meses correspondientes a los cambios climáticos y a los años de prosperidad en la producción agrícola del café y el maíz; los habitantes de otros caseríos como Areo, Buena Vista, Hueso de Mula, Periquillo y la Llanada; para la solicitud de la ayuda económica, que les permitiera trabajar los sembradíos sin las penurias de la extrema pobreza a cuestas, para que al final del año, se repartieran las utilidades como producto de las ventas de las fanegas de los rubros agrícolas señalados.

Los campesinos que lo conocieron y luego transmitidos la información de generación en generación, jamás lo sintieron como campesino potentado y explotador, sino como el hermano que expresaba la solidaridad a quien la requería no sólo con los recursos necesarios para la siembra y la producción agrícola; sino también para aquél que necesitaba construir su casita, atención médica o los tablones para el ataúd del familiar que moría por causas naturales, accidente o por alguna enfermedad.

“Don Ricardo”, como lo llamaban los lugareños de estos caseríos, vio pasar la etapa de la prosperidad de la agricultura sucrense, el abandono al campo por las migraciones de los jóvenes a las ciudades y también la pérdida del amor por la cultura y ética de trabajo productivo. Con 99 años cumplidos, apenas hace algunos días, sus ojos se cerraron para siempre; pero en sus cavilaciones antes de sus muerte, quizás sintió la esperanza de que algunos de sus descendientes de los 7 hijos, 30 nietos, 44 bisnietos o de las decenas de habitantes de esos caseríos; desde el cielo él pudiese verlos entremezclados con las más hermosas siembras de café y maíz que se haya conocido jamás, acumulando un sinfín de fanegas de esos productos agrícolas, para que nunca más la pobreza fuese la espada de Damocles en las condiciones y calidad de vida de sus hermanos campesinos de siempre.

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