lunes, 6 de junio de 2011

MENTIRAS Y VERDADES COMO PROBLEMA SOCIAL Y POLÍTICO

Hay una especie de aceptación social de que los seres humanos mentimos, algunas veces, ante determinadas situaciones de la vida, porque que nos resulta engorroso aceptar ciertos hechos, realidades y la verdad en relación a determinadas cosas. Algunos estudiosos del tema la denominan “mentiras blandas” y los menos analíticos la llaman “mentiras piadosas”. Pero cuando las personas hacen de la mentira un hábito, una costumbre y se constituye en una parte de su ser social; ese tipo de conducta se transforma en un serio problema. Las personas afectadas por este trastorno comienzan a ser rechazadas por el resto de los miembros de la sociedad. La razón es muy sencilla: el uso de las mentiras consuetudinariamente lesionan las relaciones interpersonales, sentimientos e intereses comunes compartidos entre semejantes. Este tipo de personas, quizás, requieren de tratamientos especiales de la psicología, para hacerlas volver a la normalidad de la vida como seres humanos viviendo en sociedad.

En cambio la verdad es objeto de múltiples interpretaciones y teorías, está asociada a la “honestidad”, “buena fe” y sinceridad de las personas. Las carencias de estas características en individuos se estaría en presencia de la contraparte: las personas mentirosas, es decir “deshonestas”, que actúan de “mala fe” y son “insinceras”. También “la verdad” se articula con la “confianza”, “credibilidad” y la “fidelidad”. “Las cosas son verdaderas cuando son “fiables” y “fieles”. Así lo caracterizan algunos textos que llegué a leer. Entre tanto el filósofo Nietzsche dice que “el hombre es cruel, codicioso, insaciable”. ¿Qué se esconde tras esa máscara humana? Al hombre –agrega este filósofo- “le interesa aparecer lo irreal como real”. Es el juego interesado del individuo –lo interpreta uno- para vivir entre verdades y mentiras.

En este contexto, es imposible obviar de que en nuestro entorno socio-cultural venezolano, especialmente desde la cúspide del poder, se imponen o colocan como ejemplos a seguir, los antivalores de las mentiras cuando éstas son presentadas como verdades, a través del poderío mediático neo-fascista gubernamental: “Vivimos un Socialismo Revolucionario”. La verdad: Vivimos un paradigma de “Capitalismo de Estado” “salvaje”. “Ajuste de indicadores del desarrollo humano”. La verdad: “Pobreza extrema”. “Ajuste de precios”. La verdad: “inflación incontrolada”. “Democracia participativa”. La verdad: “centralismo, concentración de poder y caudillismo”. “Omisión por socorro”: La verdad: “asfixia de ciudadanos, producto de torturas”. “Ajuste ocupacional”. La verdad: “desempleo y despidos”. “No hay inseguridad, sino una percepción”. La verdad: “violencia e inseguridad desbordada”. “Ajuste del valor de la moneda”. La verdad: “devaluación incontrolada del valor de la moneda”. “Deuda complementaria”. La verdad: “País hipotecado”. “Soberanía nacional”. La verdad: “País entregado a transnacionales petroleras y a gobiernos extranjeros”. La lista es muy larga, pero con esta muestra basta por ahora, para desnudar las trampas del lenguaje mentiroso oficialista.

Pero, si la “verdad” la consideramos como un valor positivo, es imposible que contribuyamos a construir una sociedad que se base en la mentira, falsificaciones de la realidad o en las manipulaciones de las conductas de las personas. Enfrentar la mentira nos hará una sociedad más libre, más humana; donde impere la convivencia, la fraternidad, relaciones sociales de armonía y de amor genuino entre nuestros semejantes.

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