domingo, 11 de marzo de 2012

DESNUDANDO EL DOGMA DEL PENSAMIENTO ÚNICO

La frase “de qué hablan, que me opongo” fue atribuida a ese inmortal intelectual, escritor y filósofo español Miguel de Unamuno, que ha resultado una irreverencia ante todos los actos de la vida, que en sí refleja ese hondo contenido de buscar la verdad sobre todas las cosas, mediante el ejercicio dialéctico de los contrastes, de las interrogantes profusas para hurgar más allá de la apariencia de la realidad. Permítanme mostrar mi simpatía por esta forma de pensar que todo lo pone en duda. O del “ver para creer” de Santo Tomás de Aquino.

Marx creó la denominada “ley” -polémica y discutible- de la unidad y lucha de contrarios, al decir que la existencia de uno presupone la existencia del otro y en eso radica su unidad. Ya mucho antes que Marx, Heráclito y Hegel, con el esquema lógico-conceptual pretendieron explicar la causa y origen de los movimientos, de la lucha de contrarios. Esta teoría al aplicarla a la realidad social del mundo capitalista, se le denominó “lucha de clases”, que posteriormente fue mejor afinada por Lenin, Mao y otros.

Lo cierto es que ciertos políticos marxistas-leninistas, con poder o no, se aferran a este esquema dogmáticamente, al tratar de imponer esta doctrina contra viento y marea ; al señalar a los adversarios que se identifican con otras formas de pensar como verdaderos enemigos, que incluso deben ser “pulverizados”, como suele gritarlo, con pasión enfermiza el caudillo venezolano de Miraflores.

El desafío de los ciudadanos es la de rechazar toda forma dogmática de pensar y del hacer, porque la historia ha sido muy clara al indicarnos las graves consecuencias de estos experimentos sociales, en todos los ámbitos de la sociedad y el Estado; vistos históricamente en múltiples países del planeta, que todavía no han podido recuperarse de los impactos demoledores de estos entuertos, que por cierto siempre han encontrado en caudillos mesiánicos militaristas, el caldo de cultivo para generar estos desastres infernales.

Las banderas que utilizan cautivan a muchos ciudadanos porque están impregnadas de una gran capacidad motivadora, por el arraigo socio-cultural y político: la “patria” (“nacionalismo”) “amor por los pobres”, “la igualdad”, “la justicia” y “la hermandad”. Fueron, precisamente, la unión de dos conceptos -“nacionalismo y socialismo”- lo que mezcló el Hitler alemán para engañar a muchos incautos y desarrollar su tesis nazi-fascista, que fue la causante de tantos actos genocidas, sufrimientos y desgracias en la humanidad entera.

No se trata, por supuesto, de que las banderas universales de lucha de todos los pueblos del mundo por la “libertad”, “justicia”, “igualdad” y “fraternidad, cuyo origen principal se remonta a la “Revolución Francesa” sean malos per se, porque sería un contrasentido, la de negarnos como sujetos sociales; sino del uso que han hecho de éstos para el engaño; entre otros, los vulgares autócratas militaristas.

¡El pluralismo del pensamiento, la democracia, la libertad y los derechos humanos siguen siendo la panacea para un mundo mejor de bienestar integral y progreso para todos! Amén del mejor ambiente para el desarrollo de la capacidad crítica y creativa al que tienen derecho los seres humanos sin excepciones ni discriminaciones absurdas.



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